Cada vez que intentaba concentrarme, un dolor agudo atravesaba mi cráneo, como si agujas se clavaran directamente en mi cerebro. Me revolvía la impotencia, el hecho de que no podía generar ni un solo pensamiento coherente. El pánico quemaba mi mente, como un fuego que lo consumía todo hasta dejarlo en cenizas.

"Lana…" susurré mentalmente, esperando alguna pista, alguna palabra de su voz fría y dura que siempre me había sacado adelante. Pero ella no estaba. Estaba sola, sin ideas ni apoyo, indefensa ante la cara de esta realidad infernal.

Apreté los puños, a pesar del dolor, tratando de recuperar al menos un poco de control. "Quiero vivir… ¡Quiero vivir! ¡Debo sobrevivir!"

Detrás de la puerta, los pasos volvieron a escucharse. Regresé a mi lugar y me quedé quieta, escuchando cada sonido. Esta persona, quienquiera que fuera, claramente se comportaba de manera diferente a los anteriores. Su caminar era cauteloso, incluso inseguro, como si temiera hacer el menor ruido. Se detuvo cerca de la puerta, y por un momento pensé que se había ido, o que todos esos sonidos eran solo producto de mi mente agitada. Pero luego se escuchó un leve golpeteo en la puerta, tan suave que podría haber pasado desapercibido. Eso me devolvió a la realidad.

Me arrastré más cerca y golpeé en respuesta, tratando de no pensar en lo que podría pasar después.

– ¡Estás viva! Pensé que no te recuperarías, – susurró una voz rasposa, inesperada y espeluznante.

– No lo conseguirán, – murmuró entrecortadamente, sintiendo cómo el dolor apretaba mi garganta, haciendo que cada palabra fuera terriblemente difícil de pronunciar.

– ¡Ja! ¿Estás bromeando? Eso está bien… Entonces, realmente estás viva.

– ¿Quién eres? – Me tensé, tratando de entender quién podría estar detrás de la puerta y qué quería.

– Quién soy no importa. Apostaría a que ni siquiera puedes recordar quién eres. Escúchame, si quieres vivir.

– ¿Debo creerte? – murmuré con sarcasmo, aunque por dentro no tenía nada de humor.

– No tienes opción, – respondió con tono amenazante. – Ahora te vas a alejar cinco pasos y te vas a dar la vuelta. Si me miras, te mato. Si intentas escapar, te mato. ¿Entiendes?

– ¿Algo más claro…? – susurré, sintiendo cómo una ola de miedo recorría mi piel.

Decidí no arriesgarme y retrocedí lentamente cinco pasos, asegurándome de que mi respiración no se descontrolara por el pánico. La puerta se abrió suavemente, y escuché cómo alguien entraba con cautela. Pasaron unos segundos en completo silencio, y la puerta se cerró de nuevo. Los pasos se alejaron rápidamente por el pasillo, y me dio miedo, como si ese momento fuera solo una ilusión fugaz.

Me di vuelta. En el umbral quedó un trozo de pan, una botella de agua y un pedazo de papel en el que apenas pude distinguir unas pocas palabras.

La franja de luz que se filtraba por debajo de la puerta apenas iluminaba el trozo de papel que sostenía en las manos. Tirada en el frío suelo, entrecerré los ojos, tratando de descifrar las torcidas letras:

«Cámbiate de lugar con la vecina. Dentro de una hora. Te llaman Alicia».

Alicia. Ese nombre no me decía nada, no resonaba en mi agotada cabeza. Otra incógnita en esta interminable cadena de pesadillas. Pero, ¿qué significaba «cambiarte de lugar con la vecina»? ¿Con el cadáver?

Продолжите чтение, купив полную версию книги
Купить полную книгу