Un dolor salvaje pulsaba en mi cabeza, como si algo dentro de mí se estuviera desgarrando, dejando solo una densa niebla de dolor. Durante los primeros segundos, ni siquiera traté de entender por qué estaba aquí. ¿Cuándo me trajeron a este lugar? Parecía que lo más fácil sería no recordarlo; los ojos se mantenían cerrados, como si eso pudiera protegerme de la realidad. De ese miedo insoportable de que al abrir los ojos, todo volvería: el frío, la humedad, la oscuridad y el dolor agudo.
No sé cuánto tiempo pasó: ¿un minuto, una hora o una eternidad? Por dentro, gritaba, pero era una desesperación silenciosa, que no podía liberar al exterior. Finalmente, reuniendo los restos de voluntad, forcé un ojo a abrirse. Mis párpados estaban pesados, como si estuvieran llenos de plomo, pero lo logré. El segundo ojo no cedía, las pestañas estaban tan pegadas que parecía que alguien las había pegado de forma permanente. Traté de parpadear, pero no sirvió de nada.
Mi único ojo abierto trataba de capturar algo en el espacio que me rodeaba. Pero… estaba oscuro. Oscuridad absoluta y devoradora. El pánico empezó a crecer: "¿Me he quedado ciega? ¿Es este otro truco retorcido?" Pero, a pesar de la oscuridad, algo profundo dentro de mí sabía que no estaba ciega. Simplemente, aquí estaba tan oscuro que ni siquiera veía mis propias manos.
– Lana… – susurré, tratando en vano de invocar alguna ilusión de su presencia. Normalmente, ella aparecía en esos momentos para ayudarme a volver a la realidad. Pero ahora no había nada. Solo oscuridad.
La cabeza volvió a pulsar. Traté de incorporarme, pero las cuerdas se clavaron en mis muñecas, un dolor agudo recorrió mi cuerpo. El grito se quedó atrapado en mi garganta. ¿Qué demonios ocurrió? Estaba de nuevo atrapada, sin ninguna esperanza de escapar. Recuerdos fragmentados afloraron en mi mente: cómo huía, cómo me alcanzaron, cómo esas siluetas oscuras de los perseguidores me atraparon. Cómo esos bastardos me violaron primero, luego cómo terminé en manos de los inquisidores y me torturaron. Después esa chica… ¿Sobrevivió? ¿O no? Luego otra explosión de dolor. Y luego… oscuridad.
Intenté recordar algo más, pero los pensamientos se deslizaban como arena entre los dedos. Mi cabeza dolía tanto que parecía que iba a estallar en cualquier momento.
– ¿Quiénes son? ¿Por qué estoy aquí? – susurré mentalmente, sabiendo que no obtendría respuestas. Desde lo más profundo, una sacudida de terror subió por mi cuerpo. ¿Es esto el fin otra vez?
Mis manos estaban atadas, pero no con demasiada fuerza, y con un ligero esfuerzo logré deslizarme fuera de la cuerda. Ese descubrimiento me inquietó, aunque el miedo seguía paralizando todo mi cuerpo. Pensé en Lana. Ella me había cambiado. Antes, me habría rendido, me habría encogido en un rincón y esperado el final, pero Lana siempre me hacía luchar, incluso cuando solo quería desaparecer. Ella era la parte de mí que gritaba: "¡Sobrevive! ¡Hasta el último suspiro!" Esa idea me impulsaba a seguir adelante.
Tenía que salir de aquí. La oscuridad a mi alrededor comenzó a retroceder lentamente, permitiéndome ver las viejas paredes del sótano, cubiertas de moho. Ahora mis sentidos no me engañaban: realmente estaba en un sótano. Parecía que la intuición siempre me había guiado correctamente, y ahora comenzaba a comprenderlo.
El silencio era casi ensordecedor, hasta que se rompió por el sonido de unos pasos pesados, resonando por el estrecho espacio. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y parecía que esos pasos se acercaban hacia mí durante una eternidad. Con cada sonido nuevo, se escuchaban más cerca, más fuertes, más pesados. Escalera. Uno, dos, tres… cinco escalones. Me tensé al escuchar cómo la llave giraba en la puerta de metal. El sonido del cerrojo cediendo me hizo estremecer, y automáticamente contuve la respiración.