Pero fue hace mucho tiempo. Trato de no pensar en ello.

Al carajo todo. Ese viejo cabrón ya tiene un pie en la tumba.

Le queda poco.

Y entonces… yo seré libre.

Y esa Veronikita, como todas sus muñequitas descartables, seguro piensa que se va a casar con él. Vaya una a saber qué les promete. Pero debe pagarles bien, porque se le pegan como moscas. Siempre jovencitas. ¡Asqueroso pervertido!

Y luego, simplemente… desaparecen de esta casa. Para siempre.

– ¿Qué haces ahí tanto tiempo? —escuché esa voz conocida, y el corazón se me ablandó de golpe. Las lágrimas comenzaron a brotar.

– ¡Lana! ¡¡Lana!! ¡Cuánto tiempo te he esperado! ¿Por qué tardaste tanto en venir?

Cerré la puerta con llave y puse música. Que nadie pudiera escucharnos.

– Tal vez porque te la pasas llorando cada vez que te visito – dijo pensativa, con su tono habitual, siempre burlón.

No alcancé a responder. Ya estaba junto a la ventana, mirando algo en el jardín.

– ¿Ese idiota todavía no quitó las rejas de las ventanas? —se rió.

– ¿Por qué lo haría? Está convencido de que me voy a lanzar al vacío.

Puso cámaras por todas partes…

– ¿Tienes cámaras acá? —empezó a mirar alrededor. – ¿Te espía hasta cuando te cambias?

– Creo que hasta en el baño… —bajé la mirada, tragando el nudo en la garganta.

Mis puños se cerraron solos.

– ¿Y lo dices así, tan tranquila? – Lana me miró sorprendida. – No eres tú…

– ¿Y qué quieres que haga? ¿Pelearme con él? Sabes perfectamente cómo está obsesionado conmigo…

– ¡Ah, cierto! ¡Tú eres su ángel! —soltó una carcajada. – Yo, en tu lugar, lo tendría comiendo de la palma de mi mano. ¡Lo manipularía como a un cachorrito!

– ¡Que se pudra! ¡No lo soporto ni un segundo más! – susurré entre dientes.

– ¿No te da lástima? Se está muriendo…

– Gracias a eso, finalmente creo que el karma existe.

– ¿Y qué vas a hacer con todo su dinero? Eres su única heredera… Te lo dejó todo en el testamento… – insistió Lana.

– ¡Me importa una mierda su dinero! No quiero nada, tú lo sabes. Solo quiero vivir… vivir en paz. Sin rejas, sin guardias siguiéndome a todas partes.

– Sigues siendo la misma tonta de siempre —suspiró Lana. – Con ese dinero podrías cumplir todos tus sueños. A ver… ¿Qué era lo que querías antes? ¿Te acuerdas?

– ¿Hablas de esa estupidez del hogar para niños especiales? – la miré con escepticismo. – Bah, olvídalo. Ya crecí. Eso ya no me interesa.

– Dasha, en estos dos años cambiaste tanto… Ya tienes 22.

Estás a punto de terminar la universidad. Puedes comenzar tu propio proyecto. ¿Por qué no aprovecharlo?

– Lazarev quiere que dirija su empresa – me reí por dentro. – Qué lindo sueño rosa. Me ruega que al menos intente entender en qué demonios trabaja.

– Qué suerte la tuya… y tú ni cuenta te das – negó con la cabeza Lana. – Yo daría lo que fuera por estar en tu lugar.

La miré, y mis ojos se llenaron de lágrimas.

– Y yo daría todo por estar en el tuyo. Para no sufrir más. ¿Se puede saber cómo es ahí? ¿Puedes averiguarlo?

– ¿Qué se puede saber, loca? ¡Y deja de llorar, pareces un monstruo cuando lloras! Si vieras tu cara…

– Anda, vete al diablo, tonta – solté una risita. – Siempre arruinas los momentos emotivos.

Me senté junto a ella y me puse a observar su rostro perfecto.

En estos dos años no había cambiado ni un poco.

– Lana, en serio… me gustaría que estuvieras en mi lugar. Yo moriría por ti.

– ¡No mueras por mí, chiflada! ¡Vive y sé feliz! ¿Te acuerdas lo que te escribí?

– Lo recuerdo —asentí.

Su carta de despedida la leí un millón de veces.

Cada palabra, la lloré.